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domingo, 15 de julio de 2012

Déjà vu


Posted: 14 Jul 2012 07:11 AM PDT

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Pedro Olalla. Atenas

Hace ahora más de un año y medio, a la vista de lo que entonces estaba sucediendo en Grecia, dije que, muy probablemente, España sería “rescatada”. Hoy, aunque el gobierno lo siga maquillando de eufemismos, el “rescate” es ya un hecho incuestionable.

Para hacer aquella afirmación no hacía falta ser ningún adivino, bastaba con darse cuenta de que en ambos países se daban “condiciones” favorables al “rescate” y tener en cuenta la avidez de los “rescatadores”. Esas “condiciones” –deuda externa, endeudamiento público, evasión fiscal, corrupción, pérdida de competitividad, alta tasa de paro, (agravadas en el caso de España con particularidades como la “burbuja inmobiliaria”, el endeudamiento privado o la costosa mecánica del Estado de las Autonomías)- no son precisamente las causas de la “crisis”, pero, presentadas como tales con acierto mediático, contribuyen de manera eficaz a la aceptación de los “rescates” por el pueblo, que es, a fin de cuentas, el que habrá de pagarlos.

Ahora, con el “rescate”, llegan también las primeras “medidas” que vertebran el plan de los “rescatadores” y de sus aliados políticos: un gobierno de cualificados “gestores” que entienden de números; un ministro de economía de la confianza de la élite financiera internacional (y de su cantera); paquetes de recortes “imprescindibles” en sanidad y educación; capitalización “imprescindible” de la banca con fondos públicos y por mayor cuantía de lo ahorrado a base de recortes; reformas de la legislación laboral en detrimento de los trabajadores; aumento del IVA y recargos en el agua, la electricidad y los combustibles; medidas para el control de los medios de información; incremento acelerado de los dispositivos policiales de seguridad y orden público; etcétera.

Todo lo que sucede en España en los últimos meses –incluida la fraseología y la retórica del establishment político y mediático- es un déjà vu de lo sucedido en Grecia, un proceso que reproduce paso a paso y con precisión matemática todo lo sucedido meses antes a este otro lado del Mediterráneo, y que, por tanto, hace tremendamente previsible el futuro inmediato. ¿Y qué es lo que va a pasar? En principio, se tomarán las llamadas “medidas para frenar el déficit” (aunque el déficit real poco tenga que ver con el montante de las deudas y con el verdadero origen de la llamada “crisis”). Medidas como: recortes progresivos en sueldos y pensiones (aunque se jure y se perjure lo contrario); reducción drástica del salario mínimo y cuestionamiento del propio concepto; debilitamiento del concepto de convenio laboral y sustitución del mismo por la negociación individual de los contratos; despido progresivo de miles de funcionarios a través de distintos subterfugios (como el paso a una “reserva” provisional); abaratamiento del despido en el sector privado como acto reflejo de las prácticas gubernamentales en el sector público; planes de privatización de bienes nacionales bajo la etiqueta eufemística de “puesta en valor” (infraestructuras sanitarias, empresas de transporte, suministros de agua y energía, loterías y quinielas, etc.); injerencia progresiva en la política de instituciones como el FMI, la Comisión Europea y sus correspondientes Task Forces; reformas en la legislación (e incluso en la Constitución) para salvaguardar los intereses de los acreedores; rescate 1, rescate 2, rescate 3… Todo en un ambiente de huelgas y manifestaciones bajo control.

El objetivo principal de este “plan” está claro: sacar provecho de una recesión creada expresamente para que la riqueza pase a cada vez a menos manos y para que las condiciones que permiten el enriquecimiento de esa élite sigan mejorando progresivamente. Por eso, sus acciones en nombre de la “crisis” van encaminadas a la degradación del mercado de trabajo hasta que todo el mundo esté dispuesto a hacer cualquier cosa por un bocadillo, al desmantelamiento de los servicios públicos y a su sustitución por servicios de pago prestados por corporaciones privadas (en las que tienen parte los propios políticos que favorecen el proceso), al debilitamiento del ya deficiente sistema democrático…, van encaminadas, en una palabra, al retroceso del estado social y a la pérdida de conquistas y derechos adquiridos por la humanidad a través de largos y penosos procesos de lucha.

Y el futuro próximo depara aún mucho más. Cuando la deuda no se pueda pagar –porque está previsto que sea impagable-, darán comienzo los procedimientos de cobro alternativo: privatización de recursos naturales públicos (agua, fuentes de energía, yacimientos minerales, riqueza forestal, parajes naturales…), creación de “zonas de economía especial” (es decir, zonas del territorio nacional cedidas en usufructo a “inversores” y acogidas a regímenes jurídicos, fiscales y laborales especiales, a conveniencia del “inversor”), relajación de las leyes que protegen los derechos fundamentales de las personas y su propia integridad, y toda una serie de pesadillas que ya son realidad cotidiana en muchos lugares del planeta, algunos bien cercanos.

Este es el plan para los próximos meses, o, digamos, los próximos años, en esta Europa cada vez menos política y más financiera. Ante este déjà vu, en la conciencia de los “ciudadanos” está ahora seguir sentados en el sofá hasta que todo esté perdido, o levantarse de una vez y actuar.


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sábado, 7 de julio de 2012

Nuestra deuda con Atenas

Nuestra deuda con Atenas

Charlatanes y discutidores, los griegos inventaron casi todos los caminos del saber

7 julio de 2012
Agora En Atenas

Inauguraron una actitud ante el mundo: tenían un inaudito afán de conocer y conocerse, entusiasmo por la libertad, anhelo de belleza cotidiana y una animosa confianza en el diálogo. En las orillas del mar, “sonrisa innumerable de las olas” y camino de infinitas aventuras, inventaron leyes, exploraron el cosmos y teorizaron con entusiasmo. Para retratar el carácter ateniense, Pericles dijo, según cuenta Tucídides: “Amamos la belleza sin ostentación y buscamos el saber tenazmente”. Admirable lema para una ciudad y una cultura. Y solo a un griego como Aristóteles se le pudo ocurrir como algo evidente que “por naturaleza, todos los hombres anhelan el saber”. A otros pueblos los definen otros afanes: aman la piedad religiosa, el dinero, las guerras de conquista, el fútbol o la gastronomía. Solo en Grecia “filosofar” no fue un raro oficio profesional, solo allí fue la política una tarea común de la democracia. En Atenas, la educación comenzaba por saber poesía (Homero, sobre todo) y acudir al teatro de Dioniso. Otras ciudades anteponían el atletismo, la gimnasia y las hazañas bélicas.
Los dioses griegos, hechos a imagen y semejanza de los seres humanos, incluso demasiado humanos, pero más hermosos, frívolos y felices, no acongojaban la vida de sus creyentes; fiestas colectivas y certámenes deportivos eran frecuentes y populares. Frente al despotismo de otros pueblos, como los persas, los griegos —cuenta Heródoto— se sentían orgullosos de obedecer solo a sus propias leyes; frente al hieratismo de los sabios egipcios, creían en la vivacidad y la belleza de lo efímero con entusiasmo juvenil. El arte en otros países es rígido, solemne y atemporal; el de los griegos expresa el amor a lo humano embellecido y trágico, como hacen a su modo sus poetas y sus pensadores.
La inquietud intelectual, la exploración del mundo y de uno mismo, la pregunta por la naturaleza y la condición humana son rasgos históricos del helénico estar en el mundo. Sabiendo que “todo fluye” (Heráclito) y “no todo lo enseñaron desde el principio los dioses; con el tiempo, avanzando en su busca, los hombres encuentran lo mejor” (Jenófanes), y “el ser humano es la medida de todas las cosas” (Protágoras), y “la medida es lo mejor” (uno de los siete sabios), y “la vida irreflexiva no es digna de vivirse” (Sócrates).
Los griegos inventaron o rediseñaron casi todos los caminos del saber: los más clásicos géneros literarios (poesía épica y lírica, la tragedia y la comedia), la historia, la filosofía y la medicina, las matemáticas, la astronomía, la política y la retórica, la ética y la astronomía y la geografía, los juegos atléticos, la escultura y las artes plásticas, etcétera. Pero más allá de los datos concretos, de todo el inmenso y prolífico legado que anima las raíces de nuestra cultura, lo más admirable es esa apertura o inquietud del espíritu. Lo que el léxico recuerda en tantísimos vocablos de abolengo heleno: kosmos, physis, philosophía, téchne, nomos, demokratía, politiké, poíesis, mythos, logos, historía, arché, théatron, etcétera. (Es decir, universo y orden, naturaleza, filosofía, arte y técnica, ley, democracia, ciudadanía, poesía, mito, palabra y razón, historia, principio, teatro, etcétera). Si nos pidieran definir lo griego en dos palabras, elegiríamos logos y polis, con el visto bueno de Aristóteles, que definió el ser humano (ánthropos) como una animal de ciudad (zoon politikón) que tiene logos. (Logos es intraducible por su amplio campo semántico: significa “palabra, razón, relato, razonamiento, cálculo” y su sentido se precisa en el contexto). Dios es fundamentalmente logos, dirá el evangelio de Juan. Como animal lógico y político, el hombre necesita el diálogo y el ágora y el teatro. Exageraba Borges cuando dijo: “Los griegos inventaron el diálogo”, pero ciertamente lo practicaron más que ningún pueblo. Eran charlatanes y discutidores sin tasa. Platón escribió toda su filosofía en diálogos dirigidos por Sócrates, inolvidable conversador.
Frente al logos estaba, como sabemos, el mythos (relato antiguo y memorable). En la competencia de ambos, una historia bastante conocida, se impuso el primero, que explicaba el mundo de modo más objetivo y, como diría alguno, más rentable. Porque con él se podía razonar sobre todo: “Justificar las apariencias” o “salvar los fenómenos” (según Anaxágoras) y demostrar que existe “una armonía oculta mejor que la visible” (Heráclito). La lógica y los silogismos justificaban la realidad mucho mejor que los fantásticos mitos. Aun así, el mito subsistió en la imaginación y la literatura.
Y debemos dar gracias (y no solo a los dioses) por los encantos de su espléndida mitología. Aunque ya no sintamos devoción por los dioses griegos ni hagamos poemas a sus héroes, pensemos qué pobre sería nuestro imaginario y nuestro arte sin sus figuras seductoras, sin sus nombres y gestas. Sin Odiseo ni Hércules, sin Orfeo ni Edipo, sin la bella Helena; sin Dioniso, sin Afrodita, sin Prometeo, y otros fantasmas familiares. No hay en la cultura universal ningún otro repertorio fabuloso comparable en fantasía dramática ni en prestigio literario.
No voy a insistir en los prestigios míticos, pero sí quiero apuntar que se prestan a múltiples reciclajes y recreaciones (que fueron materia constante del teatro clásico). A menudo de hondo trasfondo humanista. Un ejemplo: Prometeo les robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos (que sin él habrían muerto pronto de hambre y frío). Según Esquilo, inventó todas las artes y técnicas: de la navegación a la medicina, incluyendo la escritura, los números (“el saber más alto”) y la mántica. Por ello, Zeus lo castigó y tuvo que sufrir tormento en el Cáucaso, redentor rebelde y revolucionario. Había irritado a los dioses su “amor a los humanos”, su titánico trópos philánthropos.
La philanthropía, otra clara palabra griega, está relacionada en un viejo texto hipocrático con philotechnía (amor a la téchne, otra palabra de difícil traducción, es tanto “técnica” como “arte, oficio”). Ambas cosas deben ir unidas, en la intención del viejo Titán y en la del anónimo escritor. La filantropía es un hermoso concepto que se desarrolló sobre todo en el helenismo, cuando algunos griegos posalejandrinos hicieron notar que la distinción usual entre “griegos” y “bárbaros” no debía fundarse en la raza ni en el país de origen, sino en la educación y la cultura (paideia). Solo esta marcaba la diferencia entre unos y otros. Los estoicos, entonces, sostenían la fraternidad de todos los seres humanos, miembros de una sola comunidad, que compartía el logos. En latín, paideia se tradujo acertadamente como “humanitas”. (Se nos va quedando lejos la idea griega de educación, cuando la reducimos a un aprendizaje de “destrezas” y manejo de diversas tecnologías orientadas a lo más rentable, algo que no entraba en la idea antigua de la educación, la que heredó y desarrolló a su sombra el humanismo europeo).
En las estatuas de los jóvenes y en las de los dioses se aprecia el sentido helénico de la belleza, idealizada en la época clásica y más realista y apasionada luego. Un ideal de belleza que ha perdurado siglos. Pero la seducción de sus imágenes no solo se halla en los grandes monumentos y no solo anima los textos más clásicos, sino que animaba el encanto de sus artes menores. Una copa o una urna griega reflejan el mismo afán por lo bello. No solo nos fascinan los templos de esbeltas columnas o los vastos teatros, sino también las pequeñas esculturas o las escenas de la humilde cerámica, que atestiguan una vivaz y original artesanía de gracia inimitable. Incluso en sus logros más sencillos se percibe la “noble sencillez y serena nobleza”, según la famosa frase de Winckelmann.
Platón escribió que el impulso natural del filosofar estaba en la admiración. Dice Heródoto que la historia se escribe para salvar del olvido “hechos y cosas admirables”. Admirarse del mundo motivó su incesante ardor creativo y su busca de explicaciones en los ámbitos más diversos de la poesía y la cultura. Frente al moderno y fáustico homo faber, entregado con furor a la tecnología y la mecánica, el griego era contemplativo y dialogante, entusiasta de la belleza del cuerpo y del alma, experto en viajes odiseicos.
El amor por la Grecia antigua y el estudio histórico del mundo clásico marcaron el humanismo europeo desde el Renacimiento hasta el siglo XX. La imagen idealizada de Grecia revivió en el estudio filológico de los textos y la arqueología de sus ruinas. El filohelenismo tuvo larga vigencia en la Europa ilustrada y la romántica. Keats dijo: “Los griegos somos nosotros”. Son los europeos —alemanes, ingleses, franceses, italianos— quienes han recobrado a fondo la cultura clásica en Grecia, quienes han estudiado tan a fondo a Homero y a Platón. La nostalgia de lo helénico fue un síntoma europeo.
En su artículo ¿Por qué Grecia?, evocando el libro de J. de Romilly, Vargas Llosa recordaba cuánto guarda Europa de su luminosa cultura. Tal vez, sí, nos estemos alejando, a zancadas, de ella. Cierto es que la economía no suele ser compasiva con la cultura. Cierto que los griegos de hoy no son los hijos de Pericles. Pero aun así, pensar en una Europa que deje excluidos a los griegos, parece —no solo en un plano simbólico— un gesto notablemente bárbaro, muy en contra de nuestra tradición humanista.