La UE se atasca en Grecia en vísperas de la cumbre del billón de euros
Alemania quiere un recorte de 100.000 millones del presupuesto europeo
Claudi Pérez
Bruselas
21 NOV 2012 - 21:03 CET85
En noviembre de 2009, Yorgos Papandreu —hijo de Andreas Papandreu, el
fundador del Movimiento Socialista Panhelénico— juraba el cargo como
primer ministro griego. Apenas unos días después, anunciaba que Grecia
había mentido con sus cuentas públicas y detonaba así una crisis fiscal
que se ha ido transformando en una crisis existencial del euro, capaz de
cambiar Europa de arriba abajo. O no: la eurozona avanza a trompicones,
pero de vez en cuando se enreda en la búsqueda de soluciones para el
corto y el largo plazo, a ratos ineficaz en lo trascendente e incluso en
lo accesorio. Este parece uno de esos ratos: como regalo en el tercer
aniversario del inicio de la crisis en Atenas, los socios del euro
fueron incapaces en la madrugada del miércoles de alcanzar un acuerdo
vital para sacar a Grecia del endiablado agujero en el que se ha metido,
un pésimo augurio apenas unas horas antes de la cumbre del billón de
euros.
Con el fracaso de Grecia todavía fresco, los Veintisiete se reúnen en Bruselas para acordar el presupuesto comunitario,
ese billón de euros para el periodo 2014-2020. La cifra funciona como
cascabel, pero el dinero que se repartirá con el marco presupuestario
supone apenas el 1% del PIB de la Unión —el presupuesto de EE UU es 20
veces mayor; la cifra anual europea es equivalente al presupuesto de
Dinamarca—, lo que le deja poco margen de actuación para luchar contra
una crisis como esta. Y aun así ni siquiera está claro que haya fumata
blanca a la vista, con los miembros de la UE a la greña, cada cual con
su particular qué hay de lo mío, con una guerra de guerrillas entre los
países ricos y los beneficiarios de las ayudas europeas. Y con España en tierra de nadie, atravesando una crisis oceánica
y a la vez a punto de convertirse en contribuyente neto, con una
capacidad de influencia muy limitada —bajo sospecha, a la espera de un
segundo rescate— pero con la necesidad de dar la batalla para limitar al
máximo las pérdidas.
Lo único seguro es que la UE recortará su presupuesto con respecto al
periodo anterior, con las instituciones europeas incapaces de escapar a
esa lógica de los tratamientos adelgazantes —la política de austeridad
de inspiración alemana— en los que anda metido todo el continente. La
última propuesta del Consejo Europeo
pasa por recortar en unos 80.000 millones el proyecto de la Comisión.
Los contribuyentes netos, encabezados por Reino Unido, reclamarán aún
más tijera, y los beneficiarios de los fondos europeos tratarán de
limitar el alcance de las rebajas.
Las posibilidades de un pacto se han elevado en los últimos días,
pero siguen siendo bajas. El ala más dura de la UE (Reino Unido, Suecia,
Finlandia) considera que los recortes van en la buena dirección, pese a
que los británicos siempre parecen dispuestos a decir que no. Francia ha expresado alto y claro su rechazo a la propuesta
ante el tajo a las políticas agrícolas, e incluso Dinamarca e Italia
han amenazado con el veto. Por el otro lado, el denominado grupo de
amigos de la cohesión (encabezado por Polonia y con todos los países del
Este) considera inaceptable el plan del presidente del Consejo, Herman
Van Rompuy. Tampoco España sale bien parada: pierde en cohesión y en
agricultura unos 20.000 millones respecto a lo que recibía.
“Todo el mundo está descontento, lo que deja la impresión de que tal
vez no estemos tan lejos de un compromiso”, aseguraron ayer fuentes
europeas. Las diferencias son nimias: oscilan en apenas el 0,1% o el
0,2% del PIB. Pero lo importante no es la tarta, sino su reparto. Y ahí
la liturgia de la UE prácticamente asegura un fracaso en esta cumbre
para que los primeros ministros puedan volver a sus respectivos países
salvando la cara en primera instancia, para ceder después,
previsiblemente, en beneficio de la postura de los países más fuertes:
Alemania quiere un recorte de 100.000 millones, y la cifra definitiva no
va a alejarse demasiado de ese número.
En medio de esos preparativos, se constata que de momento los socios
del euro son incapaces de solucionar los problemas de Grecia: los
ministros de Finanzas abandonaron la reunión del Eurogrupo cabizbajos
tras verificar, una vez más, que el objetivo de rebajar la deuda helena
al 120% del PIB para el año 2020 se les escapa de las manos. Persisten
las divergencias entre el Banco Central Europeo, los países del euro y
el Fondo Monetario Internacional, que quiere una quita de la deuda
griega. “No me voy desilusionado, porque con Europa ya no me hago
ilusiones”, sentenció el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker.
La canciller Angela Merkel
abrió ayer la puerta a ampliar el rescate griego en unos 10.000
millones para que Atenas recompre así parte de sus bonos y “recupere las
riendas” del país. Berlín rebusca en la bolsa de trucos, de las
soluciones técnicas, pero fuentes europeas reconocen que lo determinante
para salir de ese atolladero es un impulso político que por ahora
brilla por su ausencia.
Ese mismo impulso político será fundamental en el resultado de la
cumbre del billón de euros, la del tercer aniversario de la crisis
griega. A todo esto, Papandreu, el primer ministro griego que hace ahora
tres años detonó la crisis —y que luego fue fulminado por la UE—, sigue
siendo presidente de la Internacional Socialista, un dato que sirve
como botón de muestra para calibrar el estado de la izquierda europea en
medio de todo este lío. Pero esa es otra historia.
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